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El lugar de los padres en el tratamiento del adolescente

Con esta entrada vamos a ir publicando las distintas ponencias que se expusieron el pasado sábado 21 de octubre en el Encuentro sobre Adolescencia, organizado por la Asociación Andaluza de Psicoterapia Psicoanalítica, y en el que participamos.

Comenzaremos con la ponencia presentada por Francisco Rey, Psicólogo General Sanitario y Psicoanalista, miembro del equipo técnico del Proyecto Lambda, y titulada "El lugar de los padres en el tratamiento del adolescente".

Quería aprovechar este espacio para reflexionar sobre un tema que genera cierta controversia entre las diferentes corrientes terapéuticas en psicoanálisis, concretamente, el lugar en el que han de colocarse los padres del adolescente respecto al tratamiento de su hijo o hija.

A ciencia cierta, habría que decir que el primer tratamiento psicoanalítico de niños del que se tiene constancia, el famoso caso Juanito, fue llevado a cabo por el padre del mismo Juanito, seguidor del psicoanálisis y que mantuvo correspondencia con Freud, que era quien orientaba el plan de trabajo y que se entrevistó tan sólo en una ocasión con el infantil sujeto.

Por supuesto, no eran las mejores condiciones para el desarrollo de una transferencia, pero en las páginas iniciales Freud, tan perspicaz como siempre, se da cuenta de que los niños dirigen y escenifican sus mociones pulsionales hacia la figura del terapeuta, es decir, son susceptibles de desarrollar una transferencia y por tanto, ser analizados.

Son Anna Freud, primero, y Melanie Klein, después, las que definirán una metodología de trabajo con niños. Nos centraremos sobre todo en Klein, pues sus aportaciones teóricas han hecho escuela y, realmente, durante gran parte del siglo XX fue una influencia decisiva en el psicoanálisis con niños y adolescentes.

Hay que partir de la base que la teoría kleiniana es fundamentalmente INTRASUBJETIVISTA, otorgando un papel predominante a la constitución pulsional del sujeto, sobre todo, a la pulsión de muerte. Por otro lado, Klein sostenía que el niño nace con un Yo primitivo, capaz de operar, aunque sea de una forma rudimentaria, con ciertos mecanismos de defensa, como la escisión y la proyección.

Pensamos que estos dos elementos inciden en el lugar que la teoría kleiniana da a los padres del chico o chica que está en tratamiento. En el modelo kleiniano, los padres demandan el tratamiento de su hijo o hija, pero quedan relegados al lugar de “suministradores de información”. Acuden a una serie de entrevistas iniciales donde se les interroga sobre el historial del paciente y, a lo sumo, se les ofrece una devolución de lo valorado, siempre sucinta para no generar reacciones defensivas, y se propone el encuadre de tratamiento.

Una vez iniciado el tratamiento, el compromiso de los padres es el de traer al y pagar las sesiones. Esta metodología se sustenta en la idea de que lo importante es interpretar la transferencia que el paciente desarrolla con el terapeuta, porque lo que hay que modificar es lo que está DENTRO del psiquismo del sujeto. Desde esta forma de trabajo, resultaba muchas veces sorprendente que, cuando el chaval mejoraba, los padres dejaban de llevarlo a tratamiento porque “ya está mejor”, “no podemos seguir pagando” o “tiene muchas actividades extraescolares”.

Estoy exponiendo un modelo kleiniano radical, que hacia los años 70 y 80 del pasado siglo comenzó a flexibilizarse. Aparecen entonces propuestas como la que hace Ana Mª Caellas en su libro “El qué hacer con los padres”, donde va ganando peso una concepción mucho más INTERSUBJETIVA de lo que acontece en la familia de un joven con problemas. Resulta muy interesante la articulación de las entrevistas con padres no ya como meras herramientas informativas sino conducidas como entrevistas operativas, en el sentido blegeriano, llevando a los padres a una mayor comprensión de la dinámica del síntoma para que se involucren en un proceso en el que no son sólo los “taxistas” de sus hijos, sino que están inmersos, en mayor o menor medida, a través de sus propios inconscientes en dicha dinámica sintomática.

Posiciones intersubjetivas podemos encontrarlas ya en Ferenczi, cuando plantea en su artículo “El niño mal recibido y su pulsión de muerte” la importancia de la textura afectiva del ambiente familiar que acoge al recién llegado al mundo, y como esto puede dificultar la proyección de la pulsión de muerte, generando esa sensación de rechazo, de no tener un lugar en el mundo… Cuando realizo entrevistas con padres, me interesa especialmente evaluar cómo fue esa textura afectiva: en qué momento se encontraban como pareja, qué esperaban del recién nacido, qué sintieron cuando lo vieron por primera vez, etc.

Quisiera detenerme un momento en algo que, puede resultar paradójico, pero me parece que tiene mucho que ver con los “males” de nuestro tiempo en relación a la infancia y adolescencia. Nunca un niño fue tan valorado como en estos tiempos, al menos, en nuestro mundo occidental. Nunca han tenido tanto acceso a recursos: sanitarios, educativos, sociales, materiales… Nunca hasta ahora se les había pensado como sujetos con derechos.

Sin embargo, existe un malestar en torno a la infancia y adolescencia: los diagnósticos de TDAH o Síndrome de Asperger se disparan, al igual que las dificultades de aprendizaje, los casos de acoso escolar, las transgresiones en la adolescencia. Evidentemente, hay chicos y chicas sanos, que aprenden y se desarrollan adecuadamente, y también es cierto que a veces se “patologizan” realidades que no tienen que ver con la patología. Puede que no exista el TDAH o que no todos los chicos que tienen dificultad para relacionarse sean autistas, pero, aun así, dicha patologización de la infancia es un síntoma social que habría que analizar en detalle.

En efecto, no se puede pensar este malestar como algo aislado y sobredimensionado. Escribo estas líneas a pocas semanas de los atentados de Barcelona y Cambrils del mes de agosto y me llama poderosamente la atención la radicalización tan rápida de estos jóvenes, criados y adaptados a una sociedad moderna y occidental, y que cogió por sorpresa a todos, incluso a la educadora social que trabajaba con ellos en su integración cultural.

Sin ánimo de ser exhaustivo, y con los datos que todos y todas manejamos a través de los medios de comunicación, parece que estos jóvenes, todos con sus familias (magrebíes adaptados, al menos en apariencia, a la sociedad española) se encontraban en esa situación propia de la adolescencia, de desidealización de los propios padres y de búsqueda de referentes que ocupen ese lugar y ayuden a elaborar el duelo por la pérdida de los padres de la infancia. Es un momento vulnerable éste donde, si ha predominado el afecto y la comprensión durante los años infantiles, el joven puede buscar referentes sanos (un profesor o profesora, un entrenador, algún tío o tía predilectos) Sin embargo, si hay distancia afectiva, frialdad e inclusive un cierto abandono, los riesgos de caer en redes o sectas con referentes poco sanos, son grandes. El imán de Ripoll vino a ocupar ese lugar de sustituto del padre idealizado y perdido de la infancia, un lugar de identificación que les cautivó en muy poco tiempo, y que les proponía un discurso que dio sentido a sus vidas, hasta el punto de llegar a sacrificarlas por el ideal que este hombre les proponía.

Como decía más arriba, es paradójico que cuanto más nos preocupamos por los niños e intentamos proveerles, más se alejan de nosotros en el vínculo. Los hijos e hijas son vistos hoy día como posesiones narcisistas a las que hay que proveer de todo lo humanamente posible para que sean dioses y diosas (His Majesty the Baby, como decía Freud en su artículo sobre el narcisismo) Y como posesión narcisista espero que se adapte a mis expectativas y deseos como padre y madre, lo que deja muy poco margen para que el sujeto, que viene a este mundo a formarse como persona, despliegue sus potencialidades.

Sí, los chicos y chicas tienen de todo: móviles, tablets, PC, … Pero no tienen un lugar donde desplegar su subjetividad sin ser coartados. No hay ese espacio para la ilusión que definía magistralmente Winnicott, y esto les obliga a generar un Falso Self: los terroristas de Barcelona y Cambrils se hacían selfies como cualquier chaval de 17 o 18 años, jugaban al fútbol, salían de marcha, etc. En el acto violento reivindican un lugar en el mundo, un lugar de sacrificio, un lugar también narcisista, de reconocimiento para un subgrupo cultural (el islamismo radical) y de pasaje a la posteridad (siempre serán recordados, aunque sea por un acto cruel y destructivo)

Está claro que este es un caso extremo, en el que hay que incluir otras variables en el análisis (las dificultades de la inmigración, la ajenidad que nunca termina de integrarse efectivamente, como defendía Isidoro Berenstein), pero si vamos al caso de cualquier joven o adolescente con problemas encontramos actuaciones de menor intensidad que igualmente tienen el sentido de buscar un lugar en el mundo, de definir una identidad.

Y aquí es donde el juego intersubjetivo padres-hijo o hija debe cambiar: de posesión narcisista al reconocimiento de un sujeto, en formación, pero con su propia autonomía. Y todo padre o madre que tiene a su hijo o hija en tratamiento debe hacer esta operación y necesita un espacio para ello. No se trata simplemente de dar pautas, como esperan muchos padres y madres, pensando que contamos con un libro mágico de recetas para descifrar el enigma que les propone su hijo. Se trata de involucrarse en comprender y en pensar juntos una nueva forma de acercarse al chico.

La forma tradicional de buscar ese espacio ha sido enviar a los padres del paciente a tratamiento o, al menos, a un espacio de trabajo con la pareja parental. Solución que requiere que el terapeuta del hijo trabaje la motivación a ese tratamiento en las entrevistas de seguimiento con los padres, ya que no es una idea que a priori acepten fácilmente. En muchos casos, el síntoma del hijo sirve de lazo de unión de parejas con desavenencias, que no están dispuestas a abrir “la caja de Pandora” por mucho que eso suponga una mejoría. Otras veces, uno de los miembros de la pareja parental está más implicado en el síntoma del hijo, por la intensidad de su propia patología, y sabemos que, si no se producen cambios en el padre o la madre afectado, difícilmente el hijo va a encontrar una salida a su situación. Pero también sabemos que, cuando el chico o la chica mejoran, se produce un desequilibrio en la estructura de ese padre o madre, que puede empezar a hacer síntomas.

Desde el Proyecto Lambda pensamos desde el principio en la necesidad de incluir a los padres en el tratamiento. Porque apostamos por un enfoque intersubjetivo, más si cabe, en sujetos que están en proceso de definir una estructura de personalidad. Sabemos que al adolescente con problemas le cuesta elaborar ese duelo por los padres de la infancia del que hablábamos más arriba.

Tanto si opta por la ruptura y el enfrentamiento con los padres como si se somete a ellos, permanece ligado, atrapado en un Edipo no resuelto en el mejor de los casos (el de las neurosis), cuando no reeditando la necesidad de respuestas en los vínculos duales (fallas en la constitución del Self y del narcisismo, estructuras que se van acercando a la psicopatía, la perversión o inclusive, la psicosis)

Esto desde el lado del hijo. Pero es que también, desde el lado de los padres, existe esa ligazón patológica que no permite crecer al chico. Son padres centrados sólo y exclusivamente en el problema de su hijo o hija, que han dejado de lado a veces su lugar como pareja, o sus intereses y gustos personales, porque todo lo abarca la frustración, la rabia, la indignación, la duda.

Estos padres necesitan un espacio para sí mismos: para contemplar lo que está pasando con la ayuda de un tercero que les permita conseguir una distancia operativa y fructífera para poder pensar.

Quisiera concluir con una frase de Winnicott: “Algunas personas creen que un niño es como arcilla en las manos de un alfarero. Comienzan a moldear al bebé y a sentirse responsables del resultado. Sin embargo, están equivocados. Si usted siente lo mismo, se verá aplastada por una responsabilidad que no le corresponde asumir en absoluto. Si puede aceptar la idea de un bebé como una empresa en marcha, entonces se sentirá libre para interesarse por lo que ocurre en el desarrollo del niño mientras usted disfruta al satisfacer sus necesidades.”

Muchas gracias


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