El Oximoron adolescente
- Proyecto Lambda
- 22 nov 2017
- 9 Min. de lectura
Adjuntamos la ponencia de Marga Moreno para el Encuentro Profesional sobre Nuevos Modelos de Abordaje de las Dificultades Actuales de la Adolescencia del pasado día 21 de octubre.
Buenos días a todos y todas, agradezco a la Asociación Andaluza de Psicoterapia Psicoanalítica su invitación a esta convocatoria. Nuestra propuesta es abrir un diálogo sobre las dificultades que nos encontramos en las adolescencias de hoy y las respuestas que desde el psicoanálisis podemos ofrecer, tanto para su entendimiento como para su tratamiento.
Permítanme comenzar con una referencia literaria, pues ya Freud nos mostró cómo los artistas nos abren el camino a los psicoanalistas. Los artistas, desde su implicación en la cultura, son capaces de aportarnos elaboraciones fértiles sobre la problemática del sujeto en cada época, sobre su malestar estructural en la civilización.
El protagonista de la obra la Forja de un rebelde de Arturo Barea, comenta su percepción de sí mismo y del mundo cuando entre los 14 y 15 años es consciente de sus cambios: “Me he metido a filósofo. Ya hablo de las cosas de la vida… pero, ¿qué es la vida?... ¿es esto la vida?” “Yo acabo de dejar de ser niño. Ya trabajo y ya me acuesto con las mujeres, pero aún tengo la escuela pegada al culo, como los pollos el cascarón de huevo”.
Como todos los jóvenes, el protagonista de esta novela autobiográfica busca respuestas: “Voy a repasar lo que me han enseñado los viejos sobre lo que es la vida… Nada de lo que me han enseñado sirve para vivir. ¡Nada! ¡Absolutamente nada! …Me han engañado y ahora tengo yo que aprender, solo, qué es la vida”
La acción de esta novela se desarrolla a comienzos del siglo XX, momento en el que, en el caso de los hombres, el paso de la escuela al trabajo se hacía muy rápido. Eran otras circunstancias sociales, pero las preguntas por el sentido de la vida se situaban igualmente en ese momento en el que el joven es consciente de que está en el pasaje de niño a adulto.
Nos preguntamos qué sucede hoy con ese tiempo ENTRE la infancia y el mundo adulto, tiempo en el que no hay certezas, sino un camino alimentado de dudas. Ese ENTRE nos evoca la idea de proceso, de tiempo, de transcurrir.
Freud planteó que la sexualidad humana se elabora en dos tiempos: uno en la primera infancia, y otro, después de atravesar el período de latencia, a partir de la pubertad. Esta doble aparición, así como la desnaturalización del objeto de satisfacción que impone la capacidad de lenguaje, es decir, el que no haya un objeto asignado por el instinto para satisfacer la pulsión sexual, es lo específico de la sexualidad humana, situando una diferencia infranqueable entre el hombre y cualquier otra especie viviente.
Sin embargo, la adolescencia, tal como la pensamos hoy, es una construcción social de mediados del siglo XX. De hecho, F. Dolto planteaba en su obra “La causa de los adolescentes” que “la adolescencia ya no es considerada como una crisis, sino como un estado. (Continúa) Ha sido, en cierto modo, institucionalizada como una experiencia filosófica, un paso obligado de la conciencia”.
Rindamos también aquí homenaje al trabajo publicado por Aberasturi y Knobel en 1971, dedicado precisamente a exponer y profundizar en el trabajo psíquico que requiere la adolescencia normal. Estos autores nos proponen considerar los cambios a los que deben enfrentarse los adolescentes desde la perspectiva del duelo, pues está en juego la confrontación con tres pérdidas: la del cuerpo infantil, la del rol y la identidad infantil y la pérdida de los padres de la infancia. Esta formulación, a nuestro juicio, conserva plenamente su vigencia y la encontramos, de hecho, no sólo en la base de elaboraciones psicoanalíticas posteriores, sino que reconocemos su rastro en otras elaboraciones que parten de modelos teóricos diferentes al psicoanálisis.
Algunos autores, como JJ Rassial van a trabajar a partir de estas ideas, y van a situar la adolescencia como un “estado del sujeto”, más concretamente él lo va a definir, como un “estado límite”, ya
que hay una nueva dimensión del cuerpo que pone “patas arriba” los lazos sociales y familiares, los referentes simbólicos con los que hasta entonces el niño se manejaba.
Así, tomamos la adolescencia desde una perspectiva que no es sólo evolutiva, sino que hace referencia a un tiempo lógico en la constitución de la subjetividad. Comienza con la pubertad, pero no tiene una resolución ligada a la cronología, aunque el tiempo sea uno de sus aliados, no se resuelve en un tiempo determinado. De hecho, es innegable la tendencia que se manifiesta en las sociedades desarrolladas a prolongar cada vez más esta etapa de la vida, a hacer cada vez más complejo y duradero el pasaje simbólico del grupo familiar al grupo social, lo que es necesario para inscribirse en el mundo de los adultos.
Atendemos a muchos jóvenes que permanecen en una especie de adolescencia inconclusa, sostenida artificialmente a costa de la dependencia material de los padres, lo que sirve, entre otros, a los intereses del mercado, ya que son un importante grupo social de consumo.
Consideramos que este es uno de los ejes en que se sostienen las adolescencias contemporáneas, que además han de habitar en el líquido mundo moderno del que habla Zygmunt Bauman: “estamos acostumbrados a un tiempo veloz, seguros de que las cosas no van a durar mucho, de que van a aparecer nuevas oportunidades que van a devaluar las existentes. Y sucede en todos los aspectos de la vida. Con los objetos materiales y con las relaciones con la gente. Y con la propia relación que tenemos con nosotros mismos, cómo nos evaluamos, qué imagen tenemos de nuestra persona, qué ambición permitimos que nos guíe. Todo cambia de un momento a otro, somos conscientes de que somos cambiables y por lo tanto tenemos miedo de fijar nada para siempre. …¿Qué significa ser flexible? Significa que no estés comprometido con nada para siempre, sino listo para cambiar la sintonía, la mente, en cualquier momento en el que sea requerido. Esto crea una situación líquida. Como un líquido en un vaso, en elque el más ligero empujón cambia la forma del agua. Y esto está por todas partes”.
Sin duda, aunque el modo de ponderar la influencia de los desarrollos tecnológicos no es unánime, la gran difusión de las tecnologías digitales marca la época actual. Uno de sus efectos más claros es la transformación de la idea del tiempo. No podemos pararnos, los procesos de cambio han de ser rápidos. La idea del tiempo se ha transformado, pues la exigencia de inmediatez en las respuestas, reduce las vivencias al instante de ver y dificulta el acceso al tiempo para comprender.
Sin este tiempo necesario para “filosofear”, como diría el protagonista de la novela de Arturo Barea, ¿cómo se pueden realizar los reajustes de la identidad que requieren los cambios físicos que se desencadenan a partir de la pubertad?, ¿de qué modo funcionan las herramientas simbólicas necesarias para ello, es decir, el pensamiento y la palabra?
Freud reconoce que si bien durante la infancia se plantean cierto número de elecciones, hay algo que no se ha establecido de manera definitiva, y que se re-actualiza en la adolescencia. Los adolescentes, aún en las coordenadas actuales, siguen impelidos a tener que realizar una nueva elaboración del cuerpo propio, investido ya de una sexualidad adulta. Lo que requiere revalidar la prohibición del incesto y realizar un movimiento hacia la exogamia.
Movimiento que no puede producirse sin el alejamiento y, en muchos casos, el repudio de los ideales parentales, motor de la búsqueda de nuevas identificaciones con los iguales y con otros adultos.
Ya el niño y la niña, instalados en una dinámica de satisfacción sexual ligada a las pulsiones parciales (es decir, esencialmente autoerótica y fijada a las figuras parentales) se enfrentaron a las preguntas fundamentales: por sus orígenes, por la diferencia de los sexos, por la muerte… y para responder a ellas construyeron lo que Freud denominó “teorías sexuales infantiles”, una serie de fantasías con las que responder a estos enigmas. Durante el período de latencia, se les requirió un esfuerzo sublimatorio, un desplazamiento de este modo de satisfacción infantil hacia fines sociales, intelectuales y artísticos. El empuje de la pulsión genital en la pubertad, coloca de nuevo en el centro de la problemática del sujeto estas preguntas fundamentales, para las que se van a requerir nuevas respuestas.
¿Cómo hacer para para ubicarse en relación al sexo, a la muerte, al amor y al trabajo?
Son momentos de angustia, de sentimiento de desamparo y orfandad, por efecto del debilitamiento de los referentes simbólicos (en la novela Arturo lo expresaba así: “Me han engañado y ahora tengo yo que aprender, solo, qué es la vida”). Todo ello deriva frecuentemente en malestares corporales o en actuaciones (acting-out y pasajes al acto) con las que se intentan cancelar la angustia.
Cuando recibimos la demanda para el tratamiento de un adolescente en crisis lo primero que intentamos es delimitar qué piden los padres, el medio social y el propio adolescente. No cabe duda de que las condiciones de inicio son menos propicias cuando los adolescentes presentan sus dificultades bajo formas actuadoras.
No es frecuente que sea el propio joven quien pida ayuda y, si lo hace, con frecuencia se dirige a un profesional externo. Lo que muestra la importancia que adquiere el que los adultos, educadores y no sólo los padres, puedan escuchar y acoger las dificultades de los adolescentes. En el corto que veremos cuando terminen las exposiciones, se pondrá en evidencia la importancia de esta respuesta pues, como diría Winnicott, allí “donde existe el desafío de un joven en crecimiento,… haya un adulto para encararlo.” Añadiendo que “no es obligatorio que ello resulte agradable”
Los adolescentes en crisis expresan su sensación de fragilidad como miedo a la soledad, temores en relación con la aceptación por los iguales, dificultades con la sexualidad, rechazo a la
comunicación con sus padres, inseguridades respecto a su cuerpo, problemas con el rendimiento escolar y la disciplina académica, etc. Como que el protagonista de la forja de un rebelde, se preguntan por el sentido de la vida y si la vida tiene sentido.
¿Por qué la nueva posición en relación con la sexualidad pone al adolescente frente a la muerte? ¿Por qué es preciso situar la muerte en la vida para hacer este pasaje?
Winnicott decía que crecer significa, a nivel de la fantasía inconsciente, un acto agresivo y señalaba que “si en la fantasía del primer crecimiento hay un contenido de muerte, en la adolescencia el contenido será de asesinato”. Muchos chicos y chicas parecen vivir el asesinato “metafórico” del padre, como un temor a que ocurra en la realidad.
Todos estos temores los suelen expresar acompañados de una gran angustia, por ello, en los tratamientos es muy importante que sientan que su sufrimiento puede ser acogido y que los terapeutas no nos precipitemos a ofrecer respuestas educativas, moralizantes o de complicidad.
Cuando acogemos a un chico o una chica que sufren, procuramos administrar nuestro silencio, un silencio atento, ofrecido a la confianza en que sus palabras son importantes, pero procurando no dejarlo desasistido en los momentos de intensa angustia. Así, desde las entrevistas iniciales, intentamos promover el trabajo de asociación libre con nuestras preguntas, eludiendo cualquier interpretación y procurando relanzar su discurso para que vayan generándose nuevas conexiones entre los significantes con los que puede expresarse.
Creemos importante, por ello, dar el tiempo necesario para las entrevistas preliminares. Hemos aprendido que para que los adolescentes puedan construir una demanda propia con la que sostener su tratamiento, no basta con que nos otorguen un saber sobre lo que les ocurre. Si bien esta es una condición necesaria para que se establezca la transferencia, no es suficiente. Incluso
apareciendo indicadores de que un trabajo terapéutico es posible, porque haya apertura a nuevas fantasías, asociaciones y recuerdos, debemos esperar el momento en que el joven pueda comprometerse con algunas de sus preguntas.
Así puede comenzar un proceso terapéutico, que requiere que el joven tome una serie de decisiones que le lleven a implicarse en el mismo, aunque, con frecuencia, este paso no esté exento de reticencias.
Entre los espacios terapéuticos que el equipo del Proyecto Lambda ofrece, hacemos especial hincapié en aquellos dedicados al trabajo con los padres. Ellos también tienen que encontrar lugares de escucha en los que se les ayude a admitir y soportar el conflicto que sus hijos les plantean. Aunque los padres no entiendan demasiado a sus hijos, les corresponde sostener una diferencia generacional con la que facilitarles el que encuentren su lugar.
Los dispositivos terapéuticos para los adolescentes y jóvenes están dirigidos a que puedan servirse del marco de la lengua, para reinventarla, explorarla y ensancharla, entretejiendo en su textura la inscripción de su cuerpo sexuado y las operaciones que conlleva el pasaje adolescente. Como recordaba R. Wittgenstein, los límites del ser humano son los límites de la lengua que habla.
Lo que pasa y se pasa entre generaciones está lleno de interferencias. Cuando pensamos en titular esta intervención El oximorón adolescente fue porque nos pareció de interés rescatar lo que esta figura de la retórica representa, ya que pone en relación dos elementos, conceptos o ideas contradictorias u opuestas que fuerzan al sujeto a un trabajo metafórico que no anule ninguno de sus términos. El lazo entre generaciones requiere operaciones metafóricas porque la identidad, aunque se sostenga en referentes externos, supone una operación subjetiva de separación de los mismos. En la discontinuidad generacional se dan rupturas y encuentros, fracasos e imposibles.
Ahora bien, algo de una puesta en tensión fecunda entre las generaciones es preciso mantener para que aparezcan las diferencias, lo que puede permitir el reconocimiento de una singularidad por desarrollar, en definitiva, la creencia para los jóvenes de que un porvenir es posible.
Margarita Moreno.
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