Ponencia "La función del límite en la adolescencia"
Adjuntamos la ponencia presentada por la coordinadora del Proyecto Lambda, Marga Moreno, en el II Encuentro Profesional sobre Adolescencia organizado por la Asociación Andaluza de Psicoterapia Psicoanalítica el pasado día 20 de octubre.
LA FUNCIÓN DEL LÍMITE EN LA ADOLESCENCIA
Margarita Moreno
Psicóloga Clínica. Psicoanalista
Las preguntas que nos llevaron a proponer como tema de esta Jornada la función del límite en la adolescencia surgieron por la constatación de que en la clínica con los adolescentes, cada vez más, recibimos a padres preocupados por las dificultades que sus hijos tienen para tolerar los límites que su educación exige.
Esta misma queja la escuchamos también en otros profesionales que se encargan de educar o de tratar con los problemas de los adolescentes, existiendo un cierto consenso en que las dificultades para tolerar lo límites están relacionadas con la modificación de las pautas educativas de la familia y de la sociedad actual.
La institución familiar ha cambiado, entre otras cosas, porque se ha diversificado. A la organización clásica de la familia se han venido a sumar otras modalidades: familias monoparentales, familias reconstituidas tras el divorcio de uno o de los dos cónyuges, familias constituidas por matrimonios homosexuales, etc.
Todas estas variantes se han ido consolidando a la par que los modelos sociales del capitalismo liberal con los que se nos ofrecen, a través de los objetos de consumo, la ilusión de que podemos estar completos, que es posible una satisfacción absoluta de nuestros deseos. Lo que refleja nítidamente la publicidad con algunos eslóganes como: “Usted puede ser millonario y tenerlo todo” o “lo imposible, solo cuesta un poco más”.
Paradójicamente, este discurso de lo ilimitado, en lugar de hacer a las personas más felices, las aboca a un estado de insatisfacción y de frustración constante. A una prisa por obtener de los objetos aquello que no nos pueden dar, ya que el deseo humano, por estar sujeto al lenguaje, como ya lo señalaba Freud, se caracteriza por su imposibilidad de encontrar el objeto que de plena satisfacción.
También contribuye a esta situación el hecho de que un gran número de personas puedan servirse de los avances científicos que se ofrecen como alternativa a la concepción natural de los hijos, a través de distintos procedimientos como la inseminación artificial o la fecundación in vitro que incluyen, con frecuencia, la donación de espermatozoides o de óvulos. Estos avances propician nuevos problemas éticos, debates y reivindicaciones. Como las que se están produciendo últimamente en nuestro país sobre la posibilidad de tener hijos a través del uso de lo que se llaman “vientres de alquiler”, las maternidades subrogadas.
Asistimos así, al declive del modelo de la familia tradicional. Y este declive afecta al modo en el que los padres ponen los límites. No sólo porque la autoridad de éstos, y especialmente en la adolescencia, sea cuestionada, sino porque los padres también van modificando el modo de ejercerla.
El psicoanálisis no propone ninguna moral, no creemos que se trate de defender que el modelo anterior fuese mejor o más seguro para garantizar la educación de los niños o de los jóvenes. Conocemos las patologías y aberraciones que la familia tradicional ha producido.
Nuestro trabajo, por tanto, no consiste en ordenar cómo puede ser mejor el mundo, ya que el malestar en el ser humano es producto de la civilización y siempre va a estar presente de una u otra manera. Si bien el contexto socio-histórico va produciendo modificaciones de los síntomas por los que se expresa este malestar, no creemos que de ello debamos extraer que existen pautas universales, reglas de conducta que sirvan para todos los padres o todos los adolescentes, por lo que nuestras intervenciones han de orientarse de otro modo.
Esto no quiere decir que en el juego de la vida no haya reglas, y que nuestro trabajo consiste en intentar entender, junto con quienes nos piden ayuda, cómo se han construido y organizado en cada caso. No podemos ignorar que tanto hombres como mujeres actualizan en las relaciones con sus hijos las emociones y los vínculos inconscientes vividos en su infancia para con sus padres y hermanos. Lo cual determina el estilo de relación y, por tanto, también de autoridad que se establece con los hijos.
Pero también el adolescente, que ha dotado a los padres de su infancia de una autoridad protectora, se encuentra abocado a desprenderse de ella. Y sabemos que el desasimiento de la autoridad de los padres de la infancia se logra solo si la autoridad funcionó, si esto ha fallado, el adolescente “en lugar de desasirse, se deshace” Por ello, hace falta un padre para organizar lo que de otro modo se vuelve desorganizado y fuera de la Ley.
Se precisa de la familia para el aprendizaje de los límites pues, a través de ellos, se organizan las relaciones familiares, las funciones parentales y el psiquismo de los jóvenes.
Los límites son necesarios tanto para el psiquismo como para la vida social, pero estos límites ¿en qué coordenadas han de situarse para que puedan ser efectivos en su función?
En primer lugar, para que los padres ejerzan su función limitante han de tener en cuenta que ellos mismos son personas limitadas. Vivimos en una sociedad en la que se regulan las relaciones paterno- filiales, los padres tienen reconocidos unos derechos y unas obligaciones para con sus hijos, escritas en los códigos legales.
También existe un límite para la comprensión del hijo que es inherente a las relaciones paterno-filiales (lo cual puede ser también dicho a la inversa: tampoco los hijos pueden terminar de comprender a los padres).
Phillip Roth en su libro titulado Patrimonio (Una historia verdadera), en el que expone su construcción sobre la figura del padre y el influjo que ésta ha tenido en su vida, lo expresa de la siguiente manera: “Pero esto no cabía esperar que lo comprendiera nuestro padre, precisamente por ser nuestro padre”
Así hay un primer límite a la intervención paterna que se nos presenta como “tope”, señalando con ello una imposibilidad de transmisión de una generación a otra, que dicho en términos freudianos, equivaldría a decir que no todo es educable (para Freud las tres profesiones imposibles son: gobernar, educar y psicoanalizar)
Esta idea del límite ligado a lo imposible, apunta a esa parte del sujeto que le pertenece pero que no puede simbolizar. Es el límite como frontera que no puede ser traspasada, que señala el fin de algo, lo que Lacan llama lo real. Esta es una experiencia que impone el lenguaje, no todo puede ser dicho.
Pero también, como señala el diccionario de la RAE, el límite es una “Línea real o imaginaria que separa dos terrenos, dos países, dos territorios”. Visto así, el límite, como ya hemos dicho anteriormente, es lo que permite la diferenciación de los hijos en la cadena de las generaciones, el “heteros”. Con ellos, los hombres y mujeres pueden reconocer también su singularidad como padres, ya que cada lugar se define en relación con los otros lugares de la estructura familiar.
Por la situación de extrema dependencia en que el ser humano llega al mundo, necesita ser acogido al cargo de adultos que le provean de sus necesidades básicas. El Psicoanálisis ha mostrado la importancia que tiene para la vida del bebé, que la atención a sus necesidades se realice en una relación en la que éste resulte afectivamente significativo para los adultos que lo cuidan, que sea deseado.
Esto no quiere decir que los hijos siempre lleguen al mundo de forma planificada, el deseo no cursa siempre como algo propio. En cualquier caso, se requiere que en la aceptación de los padres para sostener el curso de esta nueva vida, quede comprometida su pertenencia a un linaje (para que algo de lo que se ha recibido de la generación anterior, pueda ser transmitido a la siguiente).
También importa que las posiciones materna y paterna se encuentren en una articulación dialéctica que permita sostener una cierta “armonía”, por la que, que a pesar de las tensiones que sus diferencias puedan generar, no haya un desacuerdo básico sobre cómo orientar la educación de los hijos.
Nos hemos referido a “los adultos” que cuidan al niño para diferenciar las personas de las funciones que se juegan en la familia. No siempre los niños son criados por sus genitores, las funciones materna y paterna pueden ser ejercidas por distintas personas, como ya hemos indicado al hablar de los diferentes tipos de familia.
¿Cómo pensar en estas funciones? ¿Qué las diferencia? ¿Qué es lo que hay que limitar?
Podríamos apuntar que la posición materna es aquella que suministra el substrato para generar y sostener la vida. La madre es ese gran Otro que ofrece un espacio potencial y, sosteniendo el narcisismo del niño, anticipa un sujeto por venir.
La FUNCIÓN MATERNA es atributiva porque la madre atribuye al hijo sus propios contenidos psíquicos, interpreta el grito del niño como una demanda de algo, a la que ella debe responder. Para esto se requiere de un transitivismo inicial, que le permita ponerse en el lugar del bebé, poder hablar y sentir por él.
Podemos decir que este transitivismo que hace que las madres se anticipen en la respuesta, antes de que los hijos lleguen a pedir algo, está en el imaginario social. El humorista Gila contaba un chiste a propósito de esto; decía “¿Qué es una rebeca? Es aquello que las madres le ponen a sus hijos cuando ellas tienen frío”.
De manera complementaria, también el niño debe ingresar en el código que le propone el gran Otro materno, realizando así su entrada en el lenguaje a través de la lengua materna (proceso al que Lacan llama alienación al lenguaje del Otro).
Estos son los primeros límites. El deseo materno acompaña los cuidados con palabras que van organizando el cuerpo y el psiquismo del niño. Los impulsos originarios de descarga inmediata se van transformando por las palabras, las caricias, el acunamiento y los ritmos de idas y venidas de la madre.
Desde el momento en el que el lenguaje interviene, el instinto se transforma en pulsión, la satisfacción que el niño busca excede lo funcional de la necesidad, como lo muestra, por ejemplo, el chupeteo. El niño buscará cada vez más la presencia materna, y se servirá de las representaciones que las experiencias de satisfacción y dolor inscriben en su psiquismo para hacerla presente en su ausencia.
Este sostén materno permite que las representaciones psíquicas ligadas a su cuerpo se integren en una unidad corpórea, dando lugar a una nueva organización psíquica, el Yo, del que dirá Freud que “es, ante todo, un ser corpóreo y no sólo un ser superficial, sino incluso la proyección de una superficie”. Se genera así un nuevo límite que separa el yo del no-yo y que abre a la construcción del otro.
Puesto que no podemos detenernos en todo el proceso en el que se van elaborando los límites a lo largo del desarrollo infantil, y con ello las adquisiciones en la motricidad, el habla, la escritura o el desarrollo moral, pasaremos a considerar lo específico que aporta la Función Paterna en este desarrollo.
La FUNCIÓN PATERNA se relaciona con la capacidad separadora de esta célula narcisista madre-hijo y con la regulación de la omnipotencia primordial de la posición materna. Es una función de terceridad (de hacer de tercero), operador necesario para incluir al hijo en un linaje, es decir, para que pueda ser considerado como fruto del deseo que cursa entre generaciones (dicho en términos populares, para que el hijo no sea solo el niño de mamá).
El padre está llamado a representar la Ley simbólica que organiza lo colectivo, a través de la prohibición del incesto. Función de límite que puede ejercerse, siempre que haya un lugar para ello en el discurso de la madre.
Freud con su teoría sobre el Complejo de Edipo quiso mostrar la complejidad de esta función normativa del padre. El niño y la niña van a vivir sentimientos de ternura, a la vez que hostilidad y odio hacia las personas que ejercen esta función. La intervención paterna, en tanto transmite la ley simbólica de la castración, lleva siempre aparejada una vivencia de pérdida. Pero a su vez, conlleva una nueva estructuración del psiquismo, lo que supone una ganancia de subjetividad.
Como efecto de las prohibiciones edípicas los hijos abandonan sus objetos primarios de satisfacción, produciéndose con ello un desplazamiento de los deseos hacia personas externas a la familia, lo que les permite el desarrollo social a través de las relaciones con los iguales y la participación en nuevas instituciones sociales, encontrando en ello una ampliación de las posibilidades de sublimación de las pulsiones. Con la resolución Edípica se inaugura el periodo de Latencia previo a la pubertad.
En el modelo freudiano, hay una nueva instancia que organiza la subjetividad a la salida del Complejo de Edipo, el superyó. El superyó aloja la ley paterna, prohíbe y castiga, es heredero del mundo pulsional del Ello, pero funciona como una formación reactiva que desexualiza e incluso sublima dichas pulsiones.
Los niños incorporan las prohibiciones edípicas en una moralidad propia que se vuelve crítica con el yo, en tanto éste se aleje de los ideales construidos en torno a las figuras paternas, lo que genera el sentimiento de culpa.
Para Freud la génesis del sentido social lleva como condición indispensable el que puedan ser vencidos los “intensos sentimientos de rivalidad, que conducen a la tendencia a la agresión… de manera que el objeto antes odiado (el padre) ahora pase a ser amado o quede integrado en una identificación”.
Esto es posible si la represión edípica va unida a la promesa de que el hijo “cuando sea grande” podrá obtener la legitimidad de satisfacer sus deseos sexuales (lo que el dicho popular expresa como “cuando seas padre comerás huevos”)
El superyó es una instancia paradójica pues a la vez que orienta la responsabilidad del sujeto sobre sus actos y sobre su cuerpo, también puede ejercer una acción cruel sobre el yo, pudiéndose quedar éste atrapado en un “masoquismo moral” que le haga gozar de la culpa y el castigo. Esta dinámica es destructiva para el sujeto y se presenta como trasfondo dinámico de los síntomas que aparecen en muchas crisis de adolescentes. La culpa y la necesidad de castigo obstaculizan los movimientos hacia el éxito, lo que vuelve a los jóvenes retraídos, inseguros y ansiosos. Pero también, y sin llegar al extremo que Freud planteaba, cuando decía que podían “hacer del individuo un criminal”, podemos encontrar a adolescentes que se encuentran en una inercia transgresora por esta necesidad de recibir un castigo que calme la culpa inconsciente.
Sin embargo, el momento de la adolescencia, con el cuestionamiento de la autoridad paterna deja en suspenso la dinámica superyoica infantil. Aparecen nuevos ideales que ya no están ligados a la familia.
Es propio que los hijos muestren su descontento y desacuerdo con los límites impuestos por los padres, siendo ello muestra del pasaje necesario de la dependencia infantil a la autonomía que abre el camino hacia la edad adulta.
La situación exige un cambio de posición para todos y la elaboración de una serie de duelos. La decepción que los adolescentes viven respecto a las figuras paternas, la pérdida de los padres como referentes de seguridad y protección, producen un vacío, un desamparo no exento de angustia, lo que puede dar lugar a múltiples manifestaciones sintomáticas.
En la adolescencia habrá un recorrido por hacer hasta llegar a construir, con la soledad que esta orfandad genera, un espacio en el que germine lo propio.
Pero los padres también se encuentran desorientados y llenos de temores cuando han de permitir que los hijos prueben, investiguen y asuman la responsabilidad de los actos a partir de la propia experiencia; para lo que es preciso que la protección familiar no sea excesiva, pero tampoco inexistente.
También importa que quienes ejercen esa función muestren coherencia entre su decir y su hacer. Pues, si bien no hay garantías sobre los resultados de los actos que nos llevan a buscar nuestras satisfacciones, esto no implica que no haya responsabilidad sobre lo que hacemos. Sin responsabilidad el deseo se transforma en capricho.
La ley de la castración es universal, por eso, para que los padres puedan seguir ejerciendo la función simbólica del límite, han de poder realizar ellos mismos la experiencia de ser personas limitadas en la relación con el hijo, admitiendo que su función puede ser suplida.
Aunque los padres ya no puedan dar sentido al mundo del hijo, sí pueden ofrecerle el testimonio de que es posible dar un sentido al mundo. Al ofrecer lo que no tienen, lo hijos pueden recibir la castración de los padres como un don que les abre un espacio para el porvenir.
La idea de porvenir implica esto, que no todo está ya visto, sucedido o conocido por la generación anterior.
A los hijos queda encontrar su posición de herederos de los deseos recibidos a través de lo simbólico de la filiación (no tanto de unos bienes o de unos genes). Freud utilizó una frase de Goethe que refleja esta encrucijada de la adolescencia, con la que queremos acabar esta exposición:
“Aquello que has heredado de tus padres, conquístalo para poseerlo”.
Trabajo presentado en el Encuentro profesional organizado por la Asociación Andaluza de Psicoterapia Psicoanalítica que con el mismo título (La función del límite en la adolescencia) se celebró en Sevilla el día 20 de octubre de 2018.
A. Flesler, El niño en análisis y el lugar de los padres, Paidós, Buenos Aires, 2007, p 63
P. Roth, Patrimonio (Una historia verdadera), Debolsillo, 2018, p 98
S. Freud, El Yo y el Ello, Obras Completas, Tomo III, Biblioteca Nueva, Madrid, 1981, p 2709.
Ibíd. p 2718.
Massimo Recalcati, desarrolla éstas y otras cuestiones en relación con la representación contemporánea del padre en su libro El complejo de Telémaco. Padres e hijos tras el ocaso del progenitor, Anagrama, Barcelona, 2014.
S. Freud, Tótem y Tabú, Obras Completas, Tomo II, Biblioteca Nueva, Madrid, 1981, p 1849.