La palabra: ¿antídoto contra la violencia en la escuela?
Os adjuntamos la ponencia que presentó Diega Ruiz en el Encuentro Profesional sobre Adolescencia del pasado día 21 de octubre.
Mi ponencia se va a centrar en el tema del acoso escolar, fenómeno que no podemos considerar nuevo aunque, en la actualidad, sí podemos hablar de circunstancias sociales y escolares que lo hacen más visible y pueden explicar un cierto repunte o incremento del mismo. Las circunstancias a que hago referencia son básicamente dos:
1) El declive de la autoridad, la laxitud de los padres actuales a la hora de establecer normas y límites a los hijos, puede tener como efecto un incremento de las conductas violentas.
2) La creciente banalización de la violencia en la sociedad actual: los propios adultos protagonizan espectáculos de sometimiento y humillación de otros en TV, internet, móviles,…ofreciendo a los jóvenes estas formas de actuación como algo normalizado, como modelos a imitar.
Pero no podemos olvidar que este fenómeno se da entre adolescentes y la adolescencia es una etapa en la que el sujeto tiene su cuerpo y su mente en plena transformación y muchas dificultades para elaborar simbólicamente esos profundos cambios a los que se ven sometidos. Por este motivo muchas veces no tienen la capacidad psíquica para controlar sus impulsos, de ahí la tendencia a la acción que caracteriza a esta etapa. Esa mutación que están viviendo los hace sentirse desnudos, frágiles, por eso muchas veces la conducta violenta constituye un mecanismo de defensa, un caparazón que les permite ocultar su fragilidad.
Podemos diferenciar tres formas de participación en el acoso escolar:
ü La del agresor/es, y hablo en plural porque este tipo de comportamiento se suele dar en grupo dado que la práctica grupal diluye la responsabilidad individual ante el hecho violento.
ü La de la víctima.
ü La de los espectadores pasivos.
Éstos últimos consienten la agresión por temor a verse segregados del grupo y constituirse ellos mismos en víctimas. Ante el riesgo de convertirse en víctima, hay que situarse en el otro bando, como acosador y/o como espectador mudo. Los motivos que pueden inducir a un alumno a pasar de acosado o espectador pasivo a acosador pueden ser de dos tipos. En primer lugar hay que tener en cuenta que los agresores constituyen un modelo a seguir más deseable que las víctimas. Es preferible ser alguien perverso, indeseable, a no ser nada. En segundo lugar, puede producirse una identificación con el agresor, de forma que el adolescente adopta los rasgos de personalidad de quienes han actuado agresivamente con él y dirige su violencia hacia otro considerado más débil, lo que genera una escalada de violencia en vertical, jerárquica.
Hay que tener en cuenta que el trabajo central del adolescente es la construcción de su propia identidad, la búsqueda de sí mismo. En este trabajo el grupo tiene un papel fundamental porque es el sentido de pertenencia al grupo lo que le permite al adolescente adquirir seguridad y autoestima. Los alumnos acosados son aquellos que se apartan de los ideales mayoritariamente compartidos por el grupo, por lo que representan la diferencia, lo raro y quedan excluidos y separados del grupo. No podemos olvidar que el objetivo último del bullying es la búsqueda de la uniformidad, por eso se persigue lo diferente, se persigue a aquel que se opone al grupo aunque sea de manera involuntaria.
Para explicar este tipo de conductas, Mauricio Knobel (1988) indica que en la adolescencia se produce un proceso de sobreidentificación masiva por el cual todos se identifican con cada uno, por eso imitan la forma de vestir, de expresarse, de comportarse de sus compañeros, porque de esta forma refuerzan su pertenencia al grupo. Los adolescentes necesitan ser aceptados por la pandilla por lo que, si no tienen un carácter fuerte, generalmente ceden a las presiones del grupo y se hacen cómplices de comportamientos violentos hacia otros compañeros. El adolescente está en un momento de separación de los padres, su referente es el grupo, por eso transfiere al grupo la dependencia que antes mantenía con los padres. En el grupo el adolescente busca un líder al que someterse o se erige él mismo en líder para ejercer el poder del padre o de la madre.
No obstante, hay alumnos que quedan excluidos porque tienen poca competencia social o conductas poco adaptadas. Los resultados de un estudio realizado por Fuensanta Cerezo (2001) indican que los iguales ven a este tipo de chicos poco cooperativos, molestos, perturbadores, violentos, que no respetan las normas y que suelen comenzar las peleas, luego no siempre el acosado actúa desde un lugar de víctima pasiva sino que muchas veces responde a un perfil de víctima provocadora.
INTERVENCIÓN EN SITUACIONES DE ACOSO
Para combatir este fenómeno, en mi centro educativo hemos puesto en marcha una serie de actuaciones organizadas en 3 fases:
1) Fase de sensibilización y visualización del problema: en esta fase se realizan las siguientes actuaciones:
ü Explicación en tutoría de la puesta en marcha de este programa que hemos denominado “Centro libre de acoso”.
ü Elaboración de carteles, collages,…en el área de Educación Plástica y Visual en los que los chicos puedan expresar de forma creativa sus ideas y opiniones sobre este fenómeno. Posteriormente se realiza una exposición de los mismos que los diferentes grupos del centro visitará y comentará en la hora de tutoría.
ü Realización de un sondeo sobre bienestar en el aula para detectar cómo se siente el alumnado en su grupo así como posibles indicios de violencia o acoso.
2) Puesta en marcha de una serie de medidas que permitan la creación de una estructura estable de trabajo: en esta fase las actuaciones son las siguientes:
ü Colocación de un BUZÓN a través del cual el alumnado pueda denunciar de forma anónima situaciones de acoso que padeciendo u observando si no se atreve a hacerlo cara a cara.
ü Creación de un COMITÉ DE APOYO formado por un grupo de profesores y profesoras voluntarios y sensibilizados con el tema.
ü Creación de una COMISIÓN DE CONVIVENCIA en cada grupo integrada por el alumnado con más empatía y competencia social con el objetivo de que funcionen como RESPONSABLES DE LA CONVIVENCIA en el grupo, dado que éstos fenómenos se producen en momentos en los que el profesorado no está presente (pasillos, entre clases, en los recreos,..).
ü Puesta en marcha en tutoría de un Programa de Educación para la convivencia y prevención del acoso escolar.
3) Intervención antes situaciones de acoso consumadas
En estos casos la respuesta no puede ser exclusivamente punitiva o sancionadora, aunque también hay que actuar desde esta perspectiva porque es necesario que el alumnado vea que sus actos se confrontan con la ley y tienen unas consecuencias. Hay que ayudarles también a reconducir y poder poner palabras a su agresividad porque el adolescente no sabe identificar lo que siente y menos verbalizarlo; el adolescente expresa más su malestar por medio de los actos que de las palabras. Por eso necesita ser escuchado porque escuchar es el camino para entender lo que les pasa. Ayudarlos consiste más en propiciar que ellos se formulen sus propias preguntas y que busquen sus respuestas que en darles consejos y decirles lo que tienen que hacer porque eso implica mantenerlos en una posición infantil y de dependencia, no ayudarlos a crecer. Como dice J.R. Ubieto (2014) “en un momento en que los adolescentes están más solos que nunca, con su ventana virtual y ante la fragilidad del otro, que parece desertar de su función, es importante que encontremos una forma de conversar con ellos”.
Mi propuesta de trabajo consiste en la creación de espacios de escucha donde todo el alumnado y no solo el agresor o la víctima, pueda exponer sus angustias, sus conflictos consigo mismos y con los otros, así como analizar los motivos que le lleva a actuar de determinada manera, asumir su responsabilidad y adquirir una serie de compromisos. Como plantea Françoise Dolto (1989) “es mediante el lenguaje y el aprendizaje de la convivencia como pueden evitarse la violencia y el sufrimiento, porque así pueden expresarlos en lugar de soportarlos”.
Una vez expuestas las premisas teóricas en las que fundamento mi práctica, paso a describir el procedimiento que sigo:
1) Aplicación de un sociograma al grupo. Esta técnica, que antes se aplicaba manualmente, puede aplicarse en la actualidad a través de la página web www.sociescuela.es. Sociescuela es una herramienta informática que sirve para la corrección del test sociométrico aplicado a los grupos-clase y permite obtener información relevante.
Los alumnos tienen que contestar a 15 preguntas en las que ponen de manifiesto sus preferencias afectivas, sus opiniones respecto a sus compañeros y los problemas que están ocurriendo en la clase. Una vez obtenidos los resultados en función de las respuestas dadas a estas cuestiones, podemos ver en pantalla los alumnos que se encuentran en situación de riesgo y la gravedad del caso, así como la red social que funciona en el grupo. Aparte de esta información grupal, podemos también obtener información de cada alumno: cuántos compañeros quieren estar o no a su lado, cuántos lo eligen como amigo, cuántos quieren juntarse con él, a quien le cae bien o mal, si es maltratado y por quién, etc.. Del alumnado acosado podemos obtener también información detallada sobre el tipo de acoso que sufre (rechazo, aislamiento, hablan mal de él, le intimidan, le humillan, le quitan cosas, le pegan,…) y los motivos que están en la base del acoso (el aspecto físico, la forma de hablar, es inmigrante, tiene buenas notas, es discapacitado, es tímido, ….).
En base a la información obtenida y teniendo en cuenta la configuración socio-afectiva del grupo (alumnos rechazados, maltratadores, líderes, irrelevantes,….) distribuyo al alumnado en grupos pequeños de forma que los más vulnerables se sientan arropados por compañeros más pro-sociales o líderes positivos y los alumnos que se perfilan como maltratadores queden dispersos en los diferentes subgrupos.
Organizo encuentros con cada subgrupo semanalmente para fomentar la comunicación entre los distintos actores. Previamente les explico que el objetivo no es juzgar ni sancionar sino que puedan reflexionar sobre lo que ocurre y pensar en posibles soluciones con las que se puedan comprometer.
Hay una serie de normas muy sencillas que tienen que respetar:
-Todos pueden hablar pero en un ambiente de cortesía y escucha al otro.
- Todos pueden expresar su opinión pero sin ofender ni molestar a nadie.
-Hay que respetar un compromiso de confidencialidad sobre las cuestiones que emerjan en los encuentros.
En estos encuentros mi función es escuchar todas las opiniones sin emitir juicio alguno, hacer señalamientos sobre los emergentes grupales que vayan surgiendo e invitarlos a asociar a partir de ellos (lo
que uno exprese puede tener eco en otros y ayudarles a comentar sus propias vivencias), ir reconduciendo la producción del grupo para evitar la dispersión y que los discursos no deriven hacia cuestiones estériles o demasiado personalizadas. No doy opiniones ni consejos sino que permito que ellos vayan sugiriendo medidas a adoptar o compromisos que pueden adquirir.
Este encuadre de trabajo favorece que:
-Escuchen a los compañeros y tengan que hacerse cargo de los errores cometidos y sus consecuencias: daño y sufrimiento causado a otros.
-Caigan en la cuenta de la importancia de conocer a las personas y no dejarse llevar por las apariencias, por los prejuicios.
-Se metan en la piel del otro y entiendan lo que siente.
-Surjan formas diferentes de interacción entre ellos.
El objetivo no es psicoanalizar a los miembros del grupo pero se puede aplicar la escucha psicoanalítica en la manera de conducir los debates y la asociación libre con ciertas limitaciones. No se trata de interpretar los “decires” de los participantes en su particularidad sino de despejar temas significativos comunes para el grupo e invitarlos a asociar a partir de ellos.
Es un modelo de trabajo que favorece que los adolescentes puedan pensar, expresarse, razonar, analizar,…; en definitiva, que la palabra pueda sustituir al acto que, como sabemos, es con frecuencia violento en estas edades.
Y termino mi exposición con dos citas que resumen muy bien mi filosofía de trabajo. Una es de Maud Mannoni (1965) que plantea que “donde el lenguaje se detiene, lo que sigue hablando es la conducta” y a otra es de J. Lacan que dice que “lo que el sujeto no puede hablar lo grita por los poros de su piel, pero ese grito puede también ser sustituido por un acto”.
BIBLIOGRAFÍA:
-Aberastury, A. y Knobel, M., 1988, La adolescencia normal. Un enfoque psicoanalítico, Paidós, México.
- Cerezo Ramirez, F., 2001, La violencia en las aulas, Pirámide, Madrid.
-Dolto, F. y Dolto-Tolitch, C., 1989, Palabras para adolescentes o el complejo de la langosta, Atlántida, Buenos Aires.
-Mannoni, M., 1965, La primera entrevista con el psicoanalista, Gedisa, Barcelona.
-Ramirez de Arellano, A., 2016, Bullying: más allá del castigo”. Blog, 2 páginas.
-Ubieto, J.R., 2014, TDAH, Hablar con el cuerpo, UOC, Barcelona.
- Val Palao, D., “Como poner freno al bullying”. Revista Entre estudiantes